Por ANTÓN MERIKAETXEBARRIA en El Diario Montañez
Valencia es el marco donde se desarrolla esta segunda película como director (la primera fue ‘Sagitario’) del escritor levantino Vicente Molina Foix, que habla de la inmigración ilegal, de las dificultades de sobrevivir en un mundo hostil, a través de las peripecias de un joven senegalés y otro marroquí, dispuestos a superar las cortapisas cueste lo que cueste. También aparece una generosa viuda y su hijo homosexual, en un filme a todas luces honesto y comprometido, visto y comprobado el interés de las historias narradas, interpretadas por actores y actrices de desigual calidad. Vertido todo ello en base a una escenografía modesta, sin demasiadas ambiciones cinematográficas.
Película en tono menor, pues, mejor escrita que realizada, que pone sobre el tapete hondas cuestiones sobre esta sociedad multiétnica. Tengamos en cuenta que, en un tiempo, Europa y España exportaban emigrantes, no importaban inmigrantes. Los exportó porque, como señala el profesor Giovanni Sartori, el crecimiento demográfico se había acelerado. En cambio, hoy Europa importa inmigrantes. Pero no los importa porque esté poco poblada. En parte los importa porque los europeos han llegado a ser ricos y, por tanto, ni siquiera los europeos pobres están dispuestos ya a aceptar cualquier trabajo. Rechazan los trabajos humildes, los trabajos degradantes e incluso una parte de los trabajos pesados.
Y como el paro en Europa es mucho mayor que el de, por ejemplo, Estados Unidos, no es objetivamente verdad que necesitemos al ‘Gastarbeiter’, el trabajador huésped. En realidad se ha hecho necesario porque los subsidios de desempleo permiten a muchos europeos vivir sin trabajar. Cuestiones tocadas de refilón en este bienintencionado ‘Dios de madera’, que no terminan de funcionar a pleno pulmón. Curiosamente, los actores no profesionales se muestran más convincentes que los experimentados, caso de Marisa Paredes, en un conjunto discreto cuando mejor.