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«La familia inmigrante, una mirada intercultural». Conferencia de la psicóloga Ruth Ospina Salazar
Parainmigrantes.info os reproduce íntegramente la conferencia que impartió Ruth Ospina Salazar sobre la familia inmigrante:
Cuando en un contexto europeo se habla de inmigración, se hace necesario tener en cuenta las diferencias culturales.
Inmigración, por lo tanto, nos lleva a hablar de lo multicultural, de la convivencia de distintos grupos sociales, a pesar de los intentos de hacerlos homgéneos, de que tiendan a lo uniforme, por parte de algunos sectores que parecen negar la realidad diversa.
En un contexto migratorio, la población inmigrada está condicionada por la posición de poder de la cultura dominante receptora.
El contacto, entonces, llegará a ser desigual, generará conflictos y situaciones problemáticas. Para la solución de estos conflictos y problemas, es básico otro concepto, el de interculturalidad, osea, el intercambio entre las culturas receptoras e inimgrantes, aspecto fundamental en el análisis del fenómeno de la inmigración.
Hoy en día, el pasaje de una economía agrícola a una economía industrial o de servicios ha implicado un cambio brusco en la constitución de las familias, las cuales han entrado de lleno en una sociedad postindustrial, globalizadora y con procesos de privatización masivos, sus modos de relación y vida tradicional se han visto alterados.
Se dan, entonces, cambios en la configuración del grupo familiar.
Se observa en la sociedad occidental, la tendencia a una reducción del tamaño de familia, así como del Estado.
Los padres dejan de ser modelos para los hijos en la transmisión del saber tradicional, cosa que se hacía en la sociedad agrícola y artesanal, mediante el trabajo compartido.
La desvalorización de la vida familiar, el acelerado ritmo de la vida cotidiana, el creciente consumismo, las complicaciones que ocurren en torno a la educación de los hijos, cuando los patrones viejos de convivencia no se acomodan a las expectativas y necesidades propias de un desarrollo tecnológico permanente, hacen que padres y madres sientan que lo que antes era su modelo familiar, ha cambiado.
En los jóvenes de diversos países, existen nuevas situaciones y problemáticas, que son análogas en cualquier proceso de modernización, sea en Ámsterdam, Tokio o Buenos Aires. Un ejemplo de ello es el consumo de drogas psicotrópicas, en edades cada vez más tempranas, factor preocupante y desconcertante tanto para los padres, como para la colectividad en general.
Las inmigraciones forzadas del campo a la ciudad, en los países tercermundistas, debido a la violencia, el hambre, la falta de condiciones higiénicas, con las subsecuentes enfermedades, llevan consigo la expectativa de mejores condiciones de vida, la esperanza de una existencia más digna para el grupo familiar en general. Sin embargo, el desconocimiento del modo de vivir en las grandes urbes, la precariedad económica, con la que usualmente se sale del lugar de origen, generan choques culturales, difíciles de sortear que hacen que la inclusión en el nuevo lugar de acogida no sea fácil.
Por choque cultural, entendemos la afección de la identidad del emigrante, la que está impregnada por una singular experiencia subjetiva, que da frente a la conciencia un particular sentimiento de sí mismo, con el que convivimos durante toda la vida, a través de un proceso de construcciones y transformaciones, en las que somos siempre, a pesar de todo uno mismo.
Este proceso está determinado en un principio pro asuntos inconscientes, que se entretejen con mitos y fantasías personales, obviamente que también juegan en ello, factores socioculturales, como los de la lengua.
De ahí que sea frecuente en sujetos que atraviesan pro un choque cultural que se hagan la pregunta:
-¿Quién diablos, soy? No me reconozco. Ya no se quién soy.
Este interrogante se suscita frente a la sensación de vacío, por aquello que se ha perdido y pone en riesgo al sujeto de que se disuelva su identidad, ya que lo diferente del nuevo contexto les hace perder, a su vez, el sentido de ubicación de sí mismos, con la subsecuente desorientación psicológica, lo que en psicopatología se llama estados de despersonalización.
Para defenderse de la angustia que todo esto crea el individuo puede llegar a enfermar y aún llegar a extremos de violencia, sobre todo cuando el emigrante se ve confrontado por actitudes racistas y xenófobas por parte del grupo mayoritario, que supuestamente debería recibirlos y acogerlos.
El pasaje de una cultura da la otra es una crisis, en tanto es un cambio radical en el estilo de vida, que amenaza la identidad y puede constituirse en una situación que enferme, pero personas con un alto grado de experiencias previas interculturales o con relaciones con gentes del lugar puede experimentar el cambio, sin choque cultural alguno.
Sin embargo, todo ello puede aminorarse y mejorarse mediante la educación intercultural y la asistencia psicológica ya sea individual, familiar o grupal, para relativizar los efectos negativos de los perjuicios desfavorables, formas estereotipadas que enturbian nuestra visión de los otros y condenan a la otredad, que a su vez trata de arrinconar al diferente, en el espacio de lo repudiable y deleznable.
Fenómeno que hay que ver en el eje bidireccional pues no sólo puede recharzar el grupo receptor sino que también el recién llegado puede excluir a miembros del grupo supuestamente acogedor y/o excluirse a sí mismo, con el subsecuente aislamiento y sentimiendo de soledad.
Los países industrializados o de servicios ofrecen ventajas en salud, educación y comunicaciones.
Las desventajas están marcadas por la imposición de un modelo extraño, para quienes llegan de lugares con una tecnología menos avanzada. En estas circunstancias, la vida de la familia tradicional se afecta; los cambios pueden inducir la descalificación de las figuras de autoridad, la pérdida de apoyo del grupo social, un estilo de vida de “sálvese quien pueda” y la economía del rebusque, llegan a caracterizar este momento transicional.
El paso de una sociedad campesina, a la urbana, exige maneras de ser y estar diferentes, lo que genera un híbrido cultural, que hace que los campesinos no se reconozcan ni de la ciudad ni del campo; sobre todo, cuando no pueden satisfacer las necesidades de bienestar, por las cuales salieron de su lugar de origen.
Se hacen, entonces, intentos por compaginar lo viejo con lo nuevo, en una lucha por conquistar un lugar en el mercado laboral, que con demasiada dificultan logran, en el encuentro con ambientes multiculturales y poco interculturales; ya que individuos y grupos tienden a mantener un predomino de los rasgos culturales, propios de su sociedad original, sin lograr desprenderse de ellos.
La realidad multicultural en las sociedades occidentales incluye tres tipos de agentes de socialización:
1. Los formales, representados por la escuela.
2. Los no formales representados por la familia, grupos de iguales y los medidos de comunicación.
La escuela y la familia tienen objetivos formativos y educativos.
Me centraré en la familia en el contexto de la sociedad occidental, para cualquier inmigrante que participe de esta experiencia.
En la sociedad occidental actual se valora altamente la autonomía del sujeto, la independencia, lo cual puede llevar, muchas veces, a un dado el proceso de constitución de la persona, una ruptura que lo diferencie de su familia de origen, la autonomía no tendrá el mismo sentido.
Es de ahí que cuando se enfrenta, desde el punto de vista intercultural y de las ciencia psi, esta situación en relación con la autonomía y la identidad, podemos encontrarnos que hay vínculos familiares, sometidos a experiencias de choque y en parejas que se constituyen en mezclas interculturales, hay que poder pensar las representaciones culturales, para que éstas no se conviertan en fuentes de confusión, ni tener el despropósito de imponer la cultura occidental como un modelo superior y único, ya que ello puede interrumpir valiosos procesos de transculturación, de intercambio cultural, al pretender la aculturación – como supresión de la cultura previa – del emigrante y sus familias, en el medio que los acoge.
Es sorprendente como un emigrante latinoamericano, hace uso de la zeta, como si fuera un español, porque en su trabajo le han exigido hacerlo, ya que les parece que quien viva en España, no tiene por qué hacer uso de la c, así tal emigrante lo haya hecho en una edad bastante adulta. Tal presión laboral no es sino la expresión de una cultura hegemónica que desconoce la otra, la devalúa y exige una aculturación, que en última instancia es un atentado contra la identidad de su subalterno.
En parejas que se establecen mediante mezclas entre nativos y emigrantes, como en toda pareja, al crear el propio grupo familiar, se genera un espacio nuevo, un territorio, se ponen distancias, límites reales o simbólicos, más o menos sutiles, respecto a las dos familias de origen, sin que ello impida relaciones de afecto y de solidaridad con las familias ampliadas, más allá de la nuclear, que se ha constituido.
En familias donde la pareja forma parte íntegra de una u otra familia, según el sistema de parentesco, aún teniendo su propio espacio y aún viviendo a distancia, sigue siendo una prolongación de la familia de origen, con la que permanece identificada. De allí, su completa disponibilidad en cualquier momento, para las fiestas familiares, religiosas o para los infortunios de la familia, está siempre dispuesta a acoger los miembros de la familia extendida, sin límites de tiempo o de espacio, aún sin medios económicos, de allí la obligación, el imperativo, incluso de cuidar a los padres hasta su muerte, tanto como a uno mismo, y a su nueva familia.
Para el occidental, un aspecto apremiante puede ser el contacto tan intenso de sus parejas extranjeras con la familia ampliada, que llega a producir todo un shock cultural, que resulta impactante en el seno del vínculo conyugal, en tanto y en cuanto, este tipo de solidaridad pareciera atentar contra la intimidad del nuevo tejido familiar.
En algunas culturas es muy importante el proceso de la socialización de los niños, que implica un amplio movimiento de ayuda mutua, de deberes y de sacrificios vinculados con los lazos de sangre, que ninguna circunstancia económica, geográfica o personal pudiera modificar, ello puede generar intensas situaciones de conflicto en la nueva pareja, ya que se enfrenta una ideología de un individualismo a ultranza con valores ajenos de grupos culturales, donde la familia ampliada aún tiene existencia.
La vivencia de este tipo de relaciones familiares, puede ser percibida, por el occidental actual, como una penetración en su intimidad, como una amenaza para su identidad personal, mientras para las personas que han sido formadas y educadas en este otro tipo de familias y de relaciones familiares, resulta ser un valor positivo y altruista.
Alguien proveniente de otra cultura se enfrenta a sus propias normas de
relación familiar, a sus modelos de individuación, con su propia historia, lo cual es aplicable a cualquier persona que se encuentre en una situación intercultural.
Además de estas diferencias de representación de la noción de familia, la representación de la noción de persona y del concepto de autonomía e independencia aparece como otra fuente de choque cultural.
Actualmente en el seno de la pareja, a pesar de las discordancias entre sus mutuas representaciones culturales, puede existir una búsqueda de ajuste, de armonización incluso.
La interculturalidad nos plantea un problema complejo, en la práctica, a los profesionales interesados en el campo, pues penetrar las familias procedentes de otros medios culturales hace necesario penetrar ese sistema de valores, para entenderlos y no penetrar para modificarlos a cualquier precio, como si nuestra ubicación frente a esa realidad de los otros fuera unilateral Es importante en el trabajo intercultural tener presente la bidireccionalidad de los vínculos como eje conductor en el conocimiento de los demás, del otro, del semejante y de nosotros mismos, en la medida que nos permitamos ser confrontados permanentemente por la diferencia, en la experiencia misma.
Es importante abstenerse de emitir juicios sobre otras religiones y de trasponer, de forma automática, nuestra desconfianza y nuestros prejuicios contra sus ritos. Así mismo, es importante hacerlo con las culturas mismas.
Otro problema que se encuentra es el de las personas que reniegan de su historia y de su origen, que rechazan a sus compatriotas, porque sus creencias y valores, reflejan como un espejo, lo que tales personas han tratado de mantener oculto y negar, porque lo consideran demasiado retrógado o salvaje, en procesos de asimilación a la cultura imperante, lo cual es una defensa ante sus propios conflictos, que no han tenido un proceso de transformación y cambio adecuado.
Para el profesional interesado en este tema, la representación del cambio social y cultural fundamenta de forma implícita sus prácticas educativas, sociales, psicológicas y de asistencia, orientadas hacia la evaluación de las personas; su plenitud su inserción social y profesional.
Es, por lo tanto, muy importante, descubrir las diferencias, ya que desvalorizarlas lleva a procesos de asimilación, que encubren lo propio, para sentirse iguales a la sociedad imperante o acogedora, lo cual va en un rotundo detrimento de la propia identidad y atenta contra lo verdaderamente intercultural.
Parece que se tolera mal todo lo que, visto desde fuera, es percibido como distinto, porque se interpreta a partir del principio de coherencia que se convirtió en un valor en la sociedad occidental, desde el Renacimiento pero que ahora se ha hecho más imperioso con aquello del pensamiento único, globalizador, que pretende acabar con la Historia con mayúscula de la humanidad y con las historias, con minúscula, de cada uno de los sujetos en su singularidad, bajo el principio de que todos hemos de pensar y hacer lo mismo, como lo planteara Francis Fukuyama.
Es preciso, descubrir las fronteras de las relaciones sociales étnicas que aseguran el mantenimiento y la delimitación de sus diferencias, a pesar de sus adaptaciones a factores del entorno y sus contactos inter-étnicos, para evitar los efectos nocivos de la pura asimilación, que pretende borrar las diferencias.
Todo ello, nos permite entender que comprender la propia cultura es fundamental en cualquier formación de personas que trabajan en el ámbito intercultural.